"Siempre
que pasa igual, ocurre lo mismo"… Esta frase dicha como gracia por un
amigo de la infancia, cuando todos éramos niños, justificaba su ansia
científica. Intentaba explicarnos que para que un experimento funcionara no
debíamos repetirlo una, otra y otra vez igual si queríamos lograr resultados
distintos; sobre todo, si la primera forma de acercarnos científicamente al
problema, fallaba.
Mis primos,
mis hermanos y un montón de amigos veíamos a este tipo singular inventar
cachivaches imposibles que rozaban los límites de la física y de la razón. Así
todos - o solo los más valientes- probamos los “zapaflops”: zapatos para
andar por la superficie del agua que nunca funcionaron pero que nos hicieron
pasar muy buenos ratos...
Sus
múltiples inventos siempre seguían la misma máxima: repitiendo siempre lo
mismo, de igual modo, no inventaremos nada...
Mi
planteamiento es el siguiente: cuando les hablamos de buen profesional y/o
experto lo hacemos en la mitad de su complejidad. Hacemos referencia, por lo
general, a una persona competente en un área del saber en lugar de referirnos,
además, a la persona comprometida y moralmente responsable en el desempeño de
su función o actividad.
Llevamos así a un reduccionismo inconsciente que "valora los comportamientos de las personas- médicos en este caso- por sus resultados y no por los principios a los que deberían atenerse y servir" dicho esto de un modo magnífico por Victoria Camps en su libro Virtudes Públicas, no añadiré nada más. Entiendo que la responsabilidad profesional es algo más que mera competencia técnica. Necesitamos un "plus moral" que constituya nuestra razón de ser y trabajar sobre otros hombres y mujeres como nosotros, en ese estado de vulnerabilidad intrínseca que supone la enfermedad.
La
excelencia deberá tener, por tanto, dos dimensiones -científica y ética - para
desarrollarse en plenitud. Y esta excelencia deberá impregnar todas las facetas
de la ciencia médica: asistencial, docente o investigadora, en su versión más completa.
Por tanto,
deberemos exigir no sólo una competencia técnica y científica, la posesión
de unos conocimientos y el desarrollo de un conjunto de habilidades sino
también el ejercicio de una medicina comprometida con el paciente y moralmente
responsable en su ejercicio y desarrollo de su función. Pero para exigir hay
que enseñar primero y es aquí donde enlazamos con mi amigo Paco el inventor: si
el modo en el que enseñamos medicina no se acerca a lo anterior, deberemos
cambiarlo.
Si a los
residentes les interesa poco o nada la ética y la Deontología - siendo que una
gran mayoría no son capaces de distinguir una de otra- tendremos magníficos
profesionales "cojos"; les faltara para caminar erguidos desarrollar
una de las "patas" de la medicina que nos hace médicos completos. No
solo ellos deberían meditar. Quizá todos nosotros - los médicos ya formados o
los formadores de médicos -deberíamos ser capaces de transformar las tórridas
mañanas de agosto en la ribera del Mar Menor en ocasión de contactar con la
ciencia y valorar si queremos cambiar la educación médica en España haciendo y
enseñando siempre lo mismo y del mismo modo o habrá que hacer algún cambio
sustancial
Sigo
recordando en mi cabeza la máxima de una ciencia infantil que ha llevado a
nuestro amigo lejos en su campo profesional y a nosotros - a todos aquellos que
crecimos a su lado-a la madurez que da aprender a pensar desde "enanos
acompañantes de un científico en ciernes ", con sensatez científica.
Planteemos que no podemos formar médicos a medias y
darnos por satisfechos. Sería como aceptar que los zapaflops son uno de los
inventos del siglo en lugar de entender que nos llevaron a repensar -a cada
uno- la consistencia del teorema de Arquímedes, sin otra pretensión.
( como no tenemos documento grafico del invento original, usamos una "similar")
.
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